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PCJHI5 17

08/08/2023

”Ding!

Se ha actualizado el estado de Siger.

”Ding!

 

Pasión por el éxito: 10%

”Ding!

Pasión por el éxito: 24%

”Ding!

Pasión por el éxito 68%

”Ding!

Pasión por el éxito 100%

”Ding!

El estatus de Siger es ahora permanente.

Ā«Pero quĆ©…Ā» Arielle murmuró, desconcertada. HacĆ­a tiempo que no hacĆ­a nada, Āæpor quĆ©? ĀæEra sólo por enviarle a ese torneo? ĀæDe verdad?

«Alteza, ¿ve algo?», preguntó Ausen.

Arielle no contestó. Sin embargo, Ausen se había acostumbrado a esta reacción, así que no le molestó especialmente. «Necesito salir».

«¿Me preparo para dar un paseo por el palacio, Alteza?».

«No.» Arielle miró por la ventana. «He estado encarcelado por mucho tiempo ya. Estaría desperdiciando todos mis esfuerzos si no obtuviera algún beneficio del Emperador en un momento como éste, ¿no crees?».

«¿Eh? Oh, sí, Su Alteza.»

Arielle se arrepintió de haber enviado a Siger. Ella no sabĆ­a cuĆ”l era su relación con la Princesa, pero Siger tenĆ­a que ser suyo. Ella no querĆ­a que se lo llevaran. Ɖl era el primer hombre que ella realmente habĆ­a querido aquĆ­.

«Su Alteza, los resultados del torneo han llegado», un guardia llamó a la puerta.

«Escuchémoslos».

El guardia entró y se arrodilló frente a Arielle.

«¿Quién ganó?»

«Sir Siger, Su Alteza».

Por supuesto, eso explicaba su pasión por el Ć©xito… Entonces no era tan sorprendente, pero Āæpor quĆ© todo resultaba tan inesperado? Arielle no podĆ­a evitar que las dudas brotaran en su mente.

Si no lo había hecho ella, ¿quién lo había hecho?

¿Quién?

***

Esa noche, Siger fue al palacio de la Princesa.

El palacio de la Princesa Elvia.

La última vez que había estado allí, había jurado por su propia vida no volver nunca mÔs. Se sentía extraño estar caminando de regreso, a este lugar, en sus propios pies. Se sentía aliviado, pero al mismo tiempo un poco enfermo. Pero, sobre todo, estaba nervioso, imaginando que ella estaba allí, detrÔs de la puerta. Después de conducirle hasta la puerta de la alcoba de la Princesa, el criado se volvió para hacerle algunas advertencias.

«Asegúrate de no hacer contacto visual cuando entres».

«¿Perdón?»

Ā«Es la etiqueta mĆ”s bĆ”sica. Sólo levanta la cabeza cuando ella hable…Ā»

«¿Cree que es la primera vez que vengo?». interrumpió Siger con la mirada.

Tras lanzarle una mirada amarga, el criado se inclinó de mala gana y dijo: «Por supuesto, señor».

Siger respiró hondo.

«Su Alteza, Sir Siger estÔ aquí».

Un momento después, Siger oyó una voz familiar desde el interior.

«Hazle pasar».

***

Realmente estaba aquí. Había estado aferrado a un libro, sin saber cómo pasar el tiempo mientras esperaba, y subrepticiamente lo dejé para saludarlo.

«Alteza». Siger se arrodilló ante mí para presentarme sus respetos.

«Puedes levantarte», le dije.

No se movió. Dirigí una mirada a los sirvientes que estaban detrÔs de él para que se marcharan. Ahora estÔbamos los dos solos en la habitación.

Dije, mÔs cómodamente: «Ven y siéntate, por favor».

«No, Alteza».

«¿Vas a quedarte así?»

«Sí, Alteza».

«Se te va a dormir la pierna».

«No, Alteza.»

«Tan testarudo como siempre», dije con un suspiro, y luego mÔs irritado: «Bien. Haz lo que quieras».

«Gracias, Alteza».

«¿En qué estabas pensando? ¿Cómo has podido decir eso delante del Emperador?».

Ā«Me preguntó quĆ© querĆ­a… AsĆ­ que le respondĆ­ honestamente.Ā»

«Siger.»

«Sí, Alteza.»

Su cortƩs respuesta fue tan inmediata que casi me escuece, aunque era la forma apropiada de dirigirse a mƭ.

«¿Así que lo decías en serio, cuando dijiste que querías servirme?»

Ā«Usted fue quien me trajo aquĆ­, Alteza… Pero no me obligasteĀ».

Su expresión seria se quebró cuando las comisuras de sus labios finalmente se levantaron.

Ā«Usted…Ā» Me interrumpĆ­, sin saber adónde querĆ­a llegar.

«Por favor, sea mÔs comprensivo, Alteza. Ya sabe lo retorcida que puede ser mi personalidad».

«Dilo de un modo que pueda entender».

«Una vez me preguntaste cómo sería nuestra relación cuando volviéramos a encontrarnos en palacio».

Ā«Y tĆŗ… dijiste que odiabas a la PrincesaĀ», dije.

«¿Creías que lo decía en serio?».

Arrugué la frente y dije: «Sé que lo decías en serio».

«¿Por qué iba a decirlo?» preguntó Siger.

Estudiando ahora su rostro, empecƩ a ver lo que no habƭa podido reconocer entonces.

«Llamarme tuya no es tan sencillo».

Tras una pausa, dije lentamente: Ā«TĆŗ… querĆ­as que intentara ganarme tus atencionesĀ».

Ante mi respuesta, Siger sonrió.

«Bingo».

Ā«Pero…Ā»

Ā«Nada de ‘peros’, Alteza. ĀæNo es natural que desee que luches por mĆ­ al menos una vez?Ā».

Habló con respeto, pero por alguna razón, sentĆ­ que me estaba regaƱando. Esto nunca me habĆ­a pasado antes en mi alcoba, y tenĆ­a que decir… que no lo odiaba.

Ā«EstĆ” bien, pero…Ā»

Ā«Fue difĆ­cil para mĆ­… buscaros primero, Alteza. DespuĆ©s de todo lo que me ha hechoĀ».

Estaba sacando a relucir el pasado con bastante indiferencia, pero sabƭa que no debƭa ser fƔcil para Ʃl decirlo.

«Pero ahora estÔ bien», dijo amablemente, con una voz tan cariñosa y tierna que no supe qué pensar. «He dejado de lado mi orgullo», confesó riendo a carcajadas. Y ahora, aquí estaba, frente a mí. «Déjeme amarle, Alteza».

Sus ojos amarillos se clavaron en mƭ, su mirada atenta e inquebrantable. Era la primera vez que nos mirƔbamos asƭ, y no me atrevƭ a apartar la mirada.

«Entonces puedo prometerte que dedicaré toda mi vida a ti».

«Siger.»

«Sí, Alteza».

AbrĆ­ la boca, pero no salieron palabras. No estaba segura de si se me permitĆ­a aceptar esto cuando no habĆ­a hecho nada por Ć©l. ApretĆ”ndome la falda, dije: Ā«Pero… Yo no luchĆ© por tiĀ».

«Lo hiciste. MÔs que suficiente. Eso es lo que me trajo hasta aquí».

Ahora sabƭa que no se moverƭa, aunque intentara apartarlo. Tenƭa que aceptar el hecho de que no volverƭa atrƔs.

Siger me tendió la mano y no tuve mÔs remedio que tomarla. Puse mi mano sobre sus dedos gruesos y callosos.

Sin dejar de mirarme, Siger me besó el dorso de la mano, un gesto que simbolizaba respeto y devoción, si no recordaba mal. Se me ocurrió que no debía perder la oportunidad de decírselo, porque una vez que pasara este momento, nunca tendría otra oportunidad de decirlo.

«Siger.»

«Sí, Alteza».

Decidƭ no pensar en lo que pasarƭa despuƩs. Lo difƭcil fue abrir la boca, pero las palabras salieron con facilidad.

«No soy la Princesa real. Soy una impostora».

Siger hizo una pausa. Cuando volvió a hablar, su voz era Ôspera y fría, la ternura de hace un momento había desaparecido por completo.

«¿Qué mierda es esa?»

«No son gilipolleces».

El ceño de Siger se frunció aún mÔs. «¿Me estÔs dejando?»

«En absoluto».

Preguntó: «Entonces, ¿por qué?».

«Yo también quiero darte lo mejor de mí, y la sinceridad forma parte de ello».

Nadie habƭa dudado asƭ de mƭ cuando dije la verdad, asƭ que no estaba segura de lo que tenƭa que hacer para demostrar mi valƭa. Antes de esto, o bien me habƭan descubierto antes de que pudiera decir nada, o bien me habƭan acosado para que confesara. Dicho esto, supongo que era mucho mƔs comprensible que Siger reaccionara asƭ.

Ā«Entonces… Āæno me estĆ”s dejando?Ā»

«No.

En cuanto contesté, Siger se puso en pie y se agarró al respaldo del sofÔ antes de presionar sus labios contra los míos, separÔndose con un suave golpe. Cuando me rodeó la cintura con los brazos y me besó la oreja y la mejilla, lo detuve un momento.

«¿Eso no te importa?».

«¿Qué?

«Que acabo de decirte que no soy la Princesa».

«¿No era una broma?»

Cuando le fulminé con la mirada, Siger me colocó un mechón de pelo detrÔs de la oreja.

«No importa», dijo.

«¿Por qué no?

«Porque te he perdonado».

Perdonado.

«¿Cómo…?Ā»

«Porque eres la Princesa. Eso es lo que eres. Así que estÔ bien para mí. Seas quien seas, seas lo que seas, nada cambia».

Nuestros labios se encontraron de nuevo. Mientras profundizaba el beso, Siger me levantó y me sentó en su regazo, ocupando ahora por completo el sofÔ. Cuando su mano se deslizó por debajo de mi camisa y empezó a recorrerme la espalda, sentí que sonreía ampliamente.

«¿Qué crees que estÔs haciendo? le pregunté.

«Esta noche no me voy a casa».

Mientras su aliento caliente se mezclaba con el mío, apreté la frente contra la suya y le pregunté burlonamente: «¿Así es como tratas a tu amo?».

Siger enseñó los dientes mientras me sonreía, luego me tumbó en el sofÔ sin previo aviso y se colocó sobre mí, poniendo sus manos a cada lado de mi cara.

«Sí, siempre soy así». Sosteniéndome la mirada, bajó lentamente la cabeza y murmuró suavemente: «Si eso va a ser un problema, entonces no seas mi amo».

«No puedo delatarte ahora, no con tus malos hÔbitos».

La mirada de Siger recorrió cada centímetro de mi rostro antes de besarme ligeramente en los labios.

«Estoy de acuerdo».

HabĆ­amos terminado de hablar. Nuestros besos se volvieron intensos mientras nuestras bocas se abrĆ­an dejando espacio para que nuestras lenguas se enredaran hasta la raĆ­z. Los gemidos se escaparon de mi garganta
Cuando me retorcí en el sitio, Siger me levantó los muslos y me rodeó la cintura con las piernas. Me mordió suavemente la barbilla antes de que su boca recorriera mi cuello.

Ā«Mmm…Ā»

Sentí que sus manos se acercaban a la cremallera de mi pantalón y tiré de su cara hacia mi pecho mientras le besaba la parte superior de la cabeza. Se detuvo de repente, dejÔndome la cremallera a medias, y se quitó la camisa. Luego se enderezó y empezó a quitarse los pantalones. Me recosté en el sofÔ, observando con interés cómo tiraba de sus ajustados pantalones con tanta fuerza que creí que podrían romperse.

No había nada mÔs excitante que ver cómo uno de sus musculosos muslos se tensaba y ondulaba al liberarse por fin de los pantalones. Al notar mi mirada, Siger sonrió y se quitó el otro pantalón. Acariciando juguetonamente su erección, que reclamaba mi atención al sobresalir de su ropa interior, volvió a colocarse encima de mí. Cuando solté una risita, enseñó los dientes y me mordió en el cuello. Le aparté la mejilla, y él se apartó obedientemente.
obedientemente, pero de repente sonrió feliz.

Ā«Precioso…Ā», dijo.

«¿Yo?»

«¿A quién mÔs podría llamar guapo?»

«Oh, ja, ja.»

«¿Te ha hecho gracia? No bromeaba».

Acarició mis mejillas y me torturó presionando sus labios por toda mi cara, jugando a la provocación. Le di un golpe en el pecho para que parara, y sentí como si hubiera chocado contra un muro. Cuando fruncí el ceño, con la mano escocida, Siger soltó una risita y volvió a besarme. Intenté apartar la boca, pero él se aferró a mis labios con los dientes.

«”Ay!», le dije, mirÔndole fijamente.

Me dedicó una sonrisa adorable y no pude evitar reírme. Le cogí la cara con las manos y se la giré de un lado a otro.

«Siempre he pensado que eras guapo», le dije, apartÔndole el pelo rizado que le colgaba de la frente.

«¿Te sentiste obligada a decir eso como respuesta?», dijo.

«Digamos que te devuelvo el favor».

Sus brillantes ojos amarillos eran sorprendentemente exóticos. Siguió mirÔndome mientras colocaba su mano bajo mi rodilla y me acariciaba lentamente la pierna.

«Lo digo en serio», le dije. «Y tu cuerpo es aún mÔs guapo».

Deslicé la mano por su cara hasta acariciarle el pecho. Siger arrugó ligeramente la frente mientras se concentraba en mis caricias, asimilÔndolas. Hice todo lo que pude para apretar los músculos que rodeaban sus costillas -su pecho era demasiado ancho para mi mano- y luego bajé la mano por sus abdominales firmes y ondulados. Seguí bajando con los dedos hasta llegar al vello justo por encima de su ropa interior, y luego levanté la vista para ver su reacción.

Permaneció inmóvil, mirÔndome con el ceño fruncido. Sin apartar los ojos de los suyos, bajé la mano hasta el exterior de su ropa interior y, casi de inmediato, soltó un gemido estrangulado y enterró la cara en mi cuello.

Atrapada entre sus brazos, envuelta en el calor que irradiaba su cuerpo, sentí que la sangre se me subía a la cabeza. Su respiración grave y entrecortada me hacía cosquillas en los oídos mientras lo acariciaba burlonamente. Sus gemidos no eran de placer, sino mÔs bien de contención mal reprimida, mientras me acercaba los labios al cuello de vez en cuando. Noté que me tocaba la cintura con las manos, así que levanté ligeramente las caderas para él y enseguida me arrancó los pantalones de un tirón.

«¿Te ayudo también con el top?», me preguntó sonriendo, con la cara sonrojada y llena de deseo.

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